miércoles, 6 de abril de 2011

Plusmarquismo

Tiempo primero:
Tocas con los dedos la aspereza tensa de cada cuerda. Bajas la mirada al suelo buscando el punto de apoyo de tan asombroso hecho, la explicación. Te regodeas en lo único de tu ubicación. Y no das un paso más.

Tiempo segundo:
Flotas como el hielo de tu vaso. Tuerces la mueca cuando un ruido rompe la calma. Apuntas en una libreta los números, los colores y los tamaños, antes de enterrarla en un montón de estiércol. Te acomodas otra vez.

Tiempo tercero:
Te escuece el sudor que el trópico te pide. Corres, saltas, tropiezas. Sigues adelante.

Destiempo (tiempo cuarto):
No alcanzas a alzar la vista de la llama. Arde, arde, arde. Pero el papel tampoco cuadrará contigo. Y das un grito cuando, sin que alcances a reaccionar, el folio medio quemado sacude sus plumas invisibles, apagando el fuego. Se vuelve entonces palomita de papel, se libera de los restos de ceniza y escapa de tu visión con fuerte batir de alas.

Tiempo quinto:
No eres bonaerense, ni poeta. Tienes un nombre común y ninguna virtud reseñable. Aún así, cada noche sales a buscar mares y musas. Cada día procuras que tu nombre sea más tuyo y que tu torpeza se haga maña. Y cada noche vuelves blanco de luna. Y cada día vienes negro de sol.

Tiempo secreto:
Porque no lo estás, sueñas. Porque no temes al cieno, porque una armónica te resuena en el pecho, porque sí. Porque sabes por qué.

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